Hacia una economía poscapitalista

Walter Actis de Ecologistas en Acción & Blanca Crespo de La Transicionera

Cambio climático, pérdida de la biodiversidad, pico del petróleo y agotamiento de otros recursos fósiles y materiales… Los datos que reporta al respecto la comunidad científica son contundentes y nos abocan a un futuro con problemas inéditos: una crisis global civilizatoria cuyo discurrir no podemos vislumbrar con exactitud, pero que sin duda alumbrará un panorama completamente diferente al actual. Este horizonte incierto requiere cierto ejercicio de política-ficción si queremos minimizar sus impactos a tiempo (antes de que los hechos dejen poco margen para la política) y reconducir este declive hacia sociedades más justas, solidarias, democráticas y sostenibles.

Respecto al sistema económico, todo parece indicar que estamos a las puertas del final del capitalismo global, sistema que requiere de un consumo creciente de materia y energía para crecer de forma sostenida, algo que no va a ser posible (1). Probablemente, no veremos una quiebra simultánea ni uniforme, sino que habrá ciclos de crisis y recuperación a los que seguirá una caída más profunda, con tendencia general a la degradación del orden socioeconómico. En cada una de estas etapas recesivas se irán destruyendo infraestructuras (incluida la energética) y capacidad productiva, capacidad de consumo de la población (más paro, menores salarios y pensiones, menos acceso al crédito) y capacidad financiera, así como alguna de las cadenas del mercado mundial y la economía de escala de determinados sectores.

En otros momentos de la historia del capitalismo, esta destrucción ha sido superada con creces en la siguiente fase expansiva, permitiendo sanear el sistema a modo de destrucción creativa. Pero en esta ocasión, los débiles períodos de crecimiento que seguirán a las recesiones no serán suficientes para recuperar las pérdidas estructurales. Esto se debe principalmente a que la falta de energía abundante persistirá y se irá agravando, lo cual sólo permitirá recuperaciones parciales. No volverán los períodos de bajos precios del petróleo y crecimiento: conforme se active la economía, subirán los precios de la energía —ya escasa— y la reactivación se abortará.

Algunos elementos que permiten recuperarse a una economía capitalista gracias a una recesión (reducción de costes de producción, mejoras en la eficiencia, destrucción de deudas) se volverán por otro lado imposibles, limitados o demasiado lentos para poner las bases de un crecimiento duradero. La reducción de costes de producción, gracias a medidas como una devaluación de la moneda y una rebaja de las condiciones laborales, que en la actualidad permiten incrementar las exportaciones, chocarán con un mercado mundial en descomposición, víctima de la crisis del transporte derivado de los altos costes y la falta de oferta energética.

Las mejoras en la eficiencia estarán limitadas por el necesario cambio de la matriz energética, por la falta de inversión en innovación y por el flujo decreciente de energía. En el mejor de los casos, lo que permitirán será sostener la producción. La destrucción de deudas podría ayudar a la recuperación, pero en un entorno con un nivel gigantesco de endeudamiento como el actual, al principio será insuficiente y, cuando sí sea apreciable, probablemente la situación económica ya estará en un alto grado de degradación. Una vez atravesado el pico de las fuentes de energía fósiles, sus precios se volverán altamente volátiles, pues la escasez incentivará una mayor especulación. Esto generará incertidumbre en la economía y mayor dificultad para que se produzcan recuperaciones reales y duraderas.

La ruina del capitalismo global no prefigura qué sistema(s) le sucederá(n). Podrán nacer sociedades neofeudales o capitalismos de corte regional, pero también otros órdenes económicos dentro de los marcos de las economías sociales, feministas y ecológicas. El desmoronamiento del antiguo orden puede así alumbrar sistemas más justos y solidarios, centrados en los cuidados de la vida de las personas y de la biosfera en su conjunto, ajenos a las lógicas de explotación que han imperado durante siglos, especialmente entre distintos territorios, algo que se reducirá significativamente al disminuir la división internacional del trabajo. Además, el contacto más directo entre producción y consumo potenciará economías más locales que, a su vez, potenciarán relaciones más empáticas, mayor cohesión social y vínculos más equitativos.

RECUPERAR BIENES BÁSICOS

El nuevo panorama productivo y laboral que se abre podría suponer una reconfiguración de los usos del tiempo más satisfactoria y que posibilitara, además, una reconfiguración de la distribución y un reparto más justo de los cuidados, que actualmente  recaen en mayor medida en las mujeres. Históricamente, en contextos de escasez, los bienes comunes han desempeñado un papel esencial en la recuperación de ciertos equilibrios y la garantía de unas condiciones de vida dignas. Se abren, por tanto, interesantes posibilidades de recuperación de bienes básicos privatizados y oportunidades de devolverlos a una gestión compartida, trascendiendo la dicotomía entre sectores propietarios y no propietarios.

En este campo partimos de años de experiencia acumulada en el marco de las economías comunitarias, y de la economía social y solidaria (2). En ellas, el principal objetivo es la satisfacción de necesidades de manera armónica y respetuosa con el medio que las provee, introduciendo valores como la cooperación, el apoyo mutuo, la sostenibilidad y la solidaridad. Desde dichas premisas, se generan estructuras más flexibles y resilientes, que ya están demostrando ser más adaptativas a los tiempos a los que nos enfrentamos, como muestra, por ejemplo, la mayor resistencia de las cooperativas en la crisis actual.

Son cientos los ejemplos de autoorganización como los que ya están en marcha en las ciudades lentas y en transición, territorios y comunidades que llevarán una ventaja en cuanto al éxito de la satisfacción de las necesidades y que se adaptarán mejor a los escenarios de reducción inevitable de consumo a la que nos enfrentamos: grupos de consumo, ollas comunes, tiendas gratis, mercados de trueque, monedas sociales, cooperativismo, cooperativas de vivienda, proyectos de vida en común, etc. Pero esto no es sólo algo que exista en el presente, sino que en el pasado, en contextos con menos materia y energía disponibles, han sido constantes los ejemplos de economías que satisfacían las necesidades de todas las personas sin depredar el entorno.

Sin embargo, la consolidación y escalabilidad de estas experiencias sólo será posible si se ponen en marcha, al mismo tiempo, políticas macro que permitan que las economías sociales, feministas y ecológicas se conviertan en dominantes. Así, por ejemplo, no habrá acceso a los recursos necesarios (desde la tierra hasta hasta la financiación) sin expropiaciones, como tampoco se podrán articular los recursos comunes o frenar la concentración de riqueza sin nuevos marcos legislativos. Al igual que las experiencias de economía solidaria, estas prácticas macroeconómicas tienen una larga trayectoria histórica, lo que nos permite alumbrar, bajo premisas de justicia y sostenibilidad, el camino incierto hacia la sociedad poscapitalista.

Artículo publicado en el blog Alterativas Económicas de eldiario.es 

Este artículo es una adaptación de un informe publicado por Ecologistas en Acción y que puede ser consultado en su totalidad en su web .

(1). La civilización moderna e industrial ha construido su relato asentado en mitos como el crecimiento ilimitado o la tecnología que no parecen sostenerse por más tiempo. Una reflexión al respecto en el artículo Cinco mitos y otras creencias que nos llevan directo al colapso

(2). Muchas de estas iniciativas están recogidas en www.economiasolidaria.org

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